Excerpt from “La vida frágil de Annette Blanche”




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Summary: Era un tipo guapo Santonni. Siempre con jeans y zapatillas blancas percudidas. Y siempre con esa mirada ausente, introspectivas, que tienes los ojos que no son verdes, ni azules, ni grises, sino una mezcla de los tres, esos ojos que miran hacia adentro como escudriñando el alma para reporcharle al mundo y a su madre el haber nacido vivo; y tenía también un rostro que había perduado en el tiempo, que se había quedado viajando de la juventud a la madurez sin llegar a ninguna parte sino sólo sobrevolando. En él guardaba el secreto por el que en el metro de Londres se le quedaban mirando, hombres y mujeres por igual, detenidos en esa cara suya de ángel o de actor. Irradiaba una templanza extraña que yo asociaba con la piedad. Como si hubiera ido y vuelto ya de muchos lados. Como si aquella convalecencia en la que yo le veía fuera más su estado natural. Creo que todo eso sentí la noche en que Silvestre nos quiso atacar. Sucedió así: habíamos salido del Pig y pasamos a comprar cervezas. Dos six. Los guardamos, uno él y uno yo, en nuestras mochilas de pinches y cocineros. Él vivía en Kingsbury Road, y era la una de la mañana o la una y media. Por esas cosas que suceden sólo en Londres, habíamos perdido la última conexión del metro, así que anduvimos creo que desde Wembley Park hasta su casa, más de dos kilómetros. Al pasar por Kingsbury Station, un hombre que parecía absolutamente desequilibrado y que vestía con una playera con el gato Silvestre estampado, se acercó demasiado y nos tomó desprevenidos y nos gritó: 'Here outside, I'm a victim of the circumstances; outside I'm a fucking victim of the circumstances; I'm just a fucking victim', y de pronto sacó un destornillador que ni Santonni ni yo habíamos visto y lo blandió de un lado a otro y me alcanzó a tirar las gafas, enajenado, sin dejar de gritar y repetir su soliloquio. Entonces lo que Santoni hizo fue esto: sacó de su mochila las seis cervezas y se las tendió, y el hombre se calló y se le quedó mirando silencioso dos o tres segundos a sus ojos grises o verdes o azules, y le dijo, completamente cuerdo: "Thanks, mate. That's all I need", y no oímos más aquellos gritos, y seguimos andando, y yo pensé que a veces lo que hacía Santonni retumbaba, que algo tenía de aquel antihéroe solitario medio sordo y medio ciego, heredero moderno de las batallas callejeras, aquel verdadero outsider de nuestra era que inmortalizó Mickey Rourke en Rumble Fish. Y pensé que tal vez Santonni también veía en blanco y negro con aquellos ojos suyos, verdes y grises y azules, y que él mismo era un outsider aturdido, medio sordo y medio ciego a causa de sus batallas en Argentina, y de los llantos de su madre que en él aún retumbaban y por los que él se había marchado. Luego aprececió en su vida una irlandesa. Una chica cálida que yo apenas traté porque noso habíamos dejado de ver. Santonni se había marchado del Pig. Liz o Lizeth o Liza. La mujer perfecta para un tipo como él. La mujer por la que yo juraría que Santonni se olvidó de todos los polvos pendientes de su parque Lezama. Prometimos escribirnos cuando me fui de Londres. Pero, como sucede siempre, aquello sólo quedó en promesa, en un intento exiguo por mantener viva una época crucial de nuestras vidas compartidas, de nuestras veladas agotadas casi hasta el amanecer. No volví a saber nada de Santonni ni de Kritsada. Pertenencen a la gente que alguna vez formó parte de mi mundo, cuando aún yo estaba buscándome a mí mismo. Pertenecen a esa otra larga lista de desaparecidos que me revelaron secretos o escucharon los míos, personas con quienes me permití derrarmar lárgrimas o me dejaron ver las suyas, jóvenes solitarios, todos nosotros, que nos contábamos unos a otros lo que éramos y lo que deseábamos ser. Desconocía entonces que, pasados los años, terminaría acumulando ausencias, que ellos se irían de mi vida, uno detrás de otro, que su presencia se haría remota, que añoraría aquellos instantes, aquellas tardes irrepetibles,